domingo, julio 07, 2013

El maestro (I)

[Este mes lo voy a dedicar a un proyecto personal. Quiero decir, aún más personal. Declaro este mes, el mes de los relatos cortos. Todos los domingos, una historia corta nueva. Sin entrada los miércoles, que cuesta mucho dejar estas cosas en un estado aceptable. Además, como ocupan bastante, voy a partirlos en varias entradas para que sean más cómodos de leer, aunque no puedo hacer nada para paliar la ausencia de imágenes. Por cierto, todos son relatos que se desarrollan en el mundo de Kishar, el mundo de La Puerta de Ishtar. Si no conocéis La Puerta de Ishtar, os estoy haciendo un favor al descubriros este magnífico juego de rol. De nada. Echadle un ojo que no os vais a arrepentir. Los términos raros van traducidos entre corchetes. Y sin más, aquí vamos...]

- ¡Cuéntanos una historia! ¡Cuéntanosla! ¡Cuéntanosla!

La pequeña Baia empezó a tirarle del pelaje de la pierna mientras intentaba ganar tiempo antes de volver con los demás. Namtar casi podía imaginársela con sus mejillas sonrosadas dando saltos a su lado. Un renacuajo brincando al lado del enorme toro. La imagen le hizo esbozar una sonrisa.

Los demás tampoco debían tener muchas ganas de volver ya que dejaron de jugar y se unieron al coro. Incluso los más mayores coreaban imitando la voz de la diminuta mushkenu, aunque a ella no parecía importarle, tan ensimismada que estaba en su petición.

Elevó el morro hacia el cielo y olisqueó. Podía sentir el calor del sol sobre la cara pero eso no iba a engañar a su olfato. Se acercaba una tormenta. Y de las grandes. Iba a ser bueno para las plantas después de más de un warhu [Medida de tiempo: mes] de intenso calor, pero no quería que le cogiese a la intemperie con los niños. Aún así, había tiempo para alguna historia corta.

- Está bien, está bien. Una historia. Pero corta. Hilalum, encuentra un sitio aceptable y reúnelos a todos por favor.
- Sí, maestro.

La voz del joven sonó algo apagada. Sin duda había pronunciado esas palabras con su barbilla tocando su pecho. Incluso después de tantos shattus [Medida de tiempo: año] aún no se había deshecho de sus antiguas costumbres. Eso es algo que siempre le había asombrado. ¿Cómo podía haber tantos a los que les costase adaptarse al hecho de no tener un yugo en su cuello? Mientras había gente que se había cambiado incluso el nombre, lo que resultaba confuso para los que les conocían anteriormente, personas como Hilalum se aferraban incluso a sus viejas ropas de esclavo, que no paraban de remendar con cualquier material que encontrasen. De hecho, ya había sentido algunos parches de cuero en la ropa del muchacho.

Pero era un buen chico. Y muy eficaz. En poco tiempo había vuelto a buscarle para llevarle al claro que había encontrado. Namtar puso su mano sobre el hombro del muchacho y avanzó cojeando detrás de su guía. Cada paso, un vivo recuerdo de todo lo que había perdido.

Cuando llegaron al sitio, todos los niños estaban callados, casi como si no hubiese nadie allí. Y como si a ese nadie no se le escapasen risillas. Su olor también les delataba, claro, pero sabiendo lo que se avecinaba era mejor no mostrar que sabía perfectamente donde estaban. Hilalum le condujo hasta el centro del claro. Y entonces fue cuando Lasha, puntual como la salida de Shamash [El dios del sol, el propio sol], actuó.

- ¡Aquí maestro! ¡No nos des la espalda!

La voz del niño sonó a su espalda. El pillastre había aprendido el truco de proyectar su voz y desde entonces había repetido incesantemente la misma broma. Algún día tendría que darle una lección. Cuando fuera más mayor. Pero de momento, le seguiría el juego girándose.

- Muy bien, niños. ¿Qué histor…

Los más pequeños estallaron a reír no pudiendo aguantar más la risa. A los mayores ya no les hacía gracia, pero él seguía participando sólo por seguir oyendo aquel sonido. Con el tiempo había llegado a coger cariño a los pequeños que pasaban a su cargo. Y la tarea le llenaba de satisfacción, incluso pese a la tristeza que producía el perder a alguno. Pero no podía evitar echar de menos el tiempo en el que todos temblaban al verle a él y a su hermano. Sobre todo, echaba de menos a su hermano…

- ¡Lasha! ¡No le hagas eso al pobre maestro!

La voz de Hilalum sonó bastante vacía de convicción. Incluso él disfrutaba viendo a aquel cuya mera mención hubiera hecho que mojase los pantalones siendo engañado por un niño. Un poco de diversión no le venía mal a nadie.

- Vaya, te has vuelto a burlar de mí. – dijo Namtar mientras giraba sobre sí mismo con la mejor mueca de furia que había podido fingir – Si pudiese ver te ibas a enterar de lo que pueden hacerle estos dos brazos a un canijo como tú. Pero bueno, por hoy te vas a librar. ¿Qué historia queréis que os cuente?

Esta era la parte en la que todos los niños se ponían a gritar nombres con toda la fuerza que daban sus pequeños pulmones. “¡La de cómo Gilgamesh venció a la bestia de siete cabezas!”, “¡La de cómo Gmirri escapó del tirano!”, “¡La muerte de Ishme!”,”¡La de los Apkallu!”… Las mismas historias de siempre que no se cansaban de oír una y otra vez. Daba igual que les hablase de las maravillas de Kish, de los frutos del Buranum y el Idigma, de los mercaderes de Assur, del mar… Ellos sólo querían oír hablar de los héroes mushkenu, porque había obviado comentar la raza de Gilgamesh, o de cualquier criatura extraña que supusiese un problema para los awilu.

- Háblanos de la zona prohibida.

Pero esta vez ninguno se atrevió a hacer ninguna otra petición. Los niños se callaron por completo. Probablemente mirando a Djokia. El pequeño había pasado los últimos tres warhus sin hablar. Namtar casi temía que el joven hubiera perdido la voluntad de vivir cuando su padre desapareció. Era bueno que hablase. Su interés, sin embargo, retorció el viejo cuchillo que el wardu llevaba clavado en el corazón.

- Es mejor no conocer algunas cosas, Djokia…
- ¿Por qué? ¿Ocultas algo? ¿Se lo ocultaste a mi padre y ese desconocimiento le costó la vida? 
- No. Nada de eso. Cuando tu padre buscó conocimiento, se lo entregué gustoso. Pero no le bastó. Pensaba que allí podría encontrar fortuna y que éramos unos cobardes…
- ¡Y lo sois! ¡Cimmerios de verdad no le habrían dejado ir sólo! Pero no sois cimmerios. Aquí no hay nada más que esclavos.

La voz de Djokia portaba mucho más desprecio del que se hubiera creído posible para alguien de su edad. Cada una de sus palabras añadiendo una roca más a la pesada carga de su conciencia. A la culpa por no hecho más por convencer al padre del muchacho de lo estúpido de sus acciones.

- Djokia, por favor, cálmate. 
- ¿¡Que me calme!? ¡¿Es eso lo que le dijiste a él?!

La voz del niño se rompió a mitad de la frase. Namtar podía oír las lágrimas chocando contra el suelo cubierto de hojas. Como si enormes piedras golpeasen un yunque. Comprendía perfectamente al pequeño, y nadie allí era ajeno al dolor. Pero incluso para niños que habían llevado una vida tan ardua había historias que era mejor no contar. Especialmente aquellas que dejaban un gusto tan amargo…

- ¡Contéstame! ¡¿Qué hay allí?!

Namtar se quedó pensativo. El pequeño no iba a parar. Pero quizá con parte de la historia se diese por satisfecho. Quizá no hiciera falta llegar a contar toda la verdad. Quizá consiguiese calar algo y hacer que el niño no siguiese los pasos de su padre…

- Cálmate. Te contaré la historia. 
- Pero maestro… 
- Calla, Hilalum. El chico lo va a averiguar de una forma u otra. Prefiero que sea yo el que se la cuente.

Tanto Hilalum como Djokia se quedaron mudos. Expectantes. Sin saber si la oferta era sincera o no.

- Siéntate, Djokia, y déjame empezar.

Probablemente ni siquiera Hilalum conociese aquella historia. Era demasiado joven y había vivido demasiado aislado cuando huyeron, y la gente de la tribu que la conocía preferían no contarla. Pero aquella era una historia que todos los antiguos ciudadanos de Enlil Sha Hatti conocían de corazón, pues era de obligado conocimiento.

[Este relato ha sido publicado en Deimar's (http://deimar.blogspot.com) bajo licencia CC BY NC SA]

[Parte 2]
[Parte 3]

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