domingo, julio 07, 2013

El maestro (II)

- ¿Conocéis a los awilu, verdad? – Los niños asintieron casi al unísono - Seres pequeños, rencorosos y violentos. Llenos de odio. Seres que trataban a vuestros padres como si no fueran más que carne. Los amos y dueños de todo hasta que conseguimos escapar de su control. ¿Sabíais que hubo un tiempo en que eran ellos los que sufrían los maltratos? Esta es una historia de aquel tiempo en el que los amos del mundo no eran más que una fuente de diversión para aquellos que estaban por encima…

>> Sucedió poco antes de la llegada del tirano. El mundo estaba controlado por unos seres de poder inmenso que hacían pelear a sus siervos sólo por diversión. Con una capacidad para hacerles sufrir tan grande como su propio aburrimiento. Lo que no eran buenas noticias para aquellos bajo su manto. 

>> Sin embargo, algunos pueblos conseguían escapar a su ira. Aquellos que podían aportar algo valioso con lo que saciar su ego. Ese era el caso de una pequeña ciudad minera situada a los pies de las montañas Gubabak. Allí, la unión de los ríos Gishtil y Mitu da vida al Habur. 

La imagen le golpeó con más dureza de lo que esperaba. Grandes palacios hechos de piedra. Un mercado en el que siempre se podía encontrar cualquier cosa que buscases. La arena cubierta de sangre de gladiador. Y su querida biblioteca. Cuánto echaba de menos aquel intenso olor a barro, y aquellas superficies talladas… 

Pero aquella había sido otra ciudad. Una mucho más grande y brillante que la de la historia que estaba contando en aquel momento. Namtar consiguió recuperar la compostura y seguir adelante.

- Los hombres de aquella ciudad sólo tenían tres profesiones: minero, soldado o marino.

>> Los mineros no veían a Shamash  nunca. Escondidos en las profundidades de la tierra, pareciera que sólo estuvieran a gusto en la superficie cuando Sin [el dios de la luna, la propia luna] se alzaba en el firmamento. Un preludio de su futuro paso al Irkalla [el inframundo, el más allá]. 

>> Los soldados eran algo más afortunados. Sólo había dos grupos en la ciudad, pero su pericia era legendaria. Por una parte estaban aquellos que debían acompañar a los mineros para protegerlos durante el camino, y para protegerlos de aquello que despertaban en las profundidades de la tierra. El otro grupo, formado por aquellos soldados que habían conseguido sobrevivir a pertenecer al primero y, por lo tanto, mucho menos numeroso, tenía como misión proteger el asentamiento. El destino de muchos era acabar en los estómagos de los terribles osos de las Gubadak.

>> Aunque sin duda la envidia de todos eran los marinos, cuya vida consistía en recorrer todas las ciudades situadas a lo largo del Buranum vendiendo los metales y la piedra extraídos en las montañas. Se decía que había marinos que habían partido siendo poco más que niños y vuelto con sus nietos.

>> La vida de las mujeres no era mucho más apacible, ya que además de quedarse al cargo de la ciudad y los niños, a menudo debían ayudar en la defensa del poblado. No había mujer que no llevase una espada encima en todo momento.

>> Pero incluso pese a su penosa existencia, los awilu de aquella ciudad estaban agradecidos. Su vida era dura sin duda. Pero como satisfacían los egos de sus amos, ninguno de ellos sentía la necesidad de castigarles. Un awilu podía tener una vida moderadamente libre, y con algo de honra y respeto por sí mismo.

>> Sucedió que un día, los guardias de la mina encontraron a un hombre desnudo y moribundo. El pobre diablo sucumbió a sus pies, falto de agua y sangrando por un sinfín de pequeños cortes que tenía por todo el cuerpo. Los guardias intentaron ayudarle, pero su Etemmu [espíritu, alma] se acabó separando de su Shalamtu [cadáver] rumbo al Irkalla. Sin poder hacer nada más por él, guardaron su cuerpo hasta que los mineros salieron y pudieron darle sepultura.

>> El grupo entonces se encaminó hacia la aldea, y encontraron a otro hombre en el camino. El awilu estaba parado en mitad del camino, dándoles la espalda y completamente desnudo salvo por un pequeño taparrabos. Observando las casas de arcilla del poblado que se alzaban un poco más abajo siguiendo en el camino. 

>> “Saludos”, dijo el soldado de más rango. El hombre permaneció impasible, observando los últimos rayos de Shamash. “Saludos” volvió a repetir el soldado, y volvió a ser ignorado. El soldado decidió acercarse. Temiendo alguna clase de trampa, preparó su escudo y su lanza y dio un par de pasos hacia delante. El hombre, aún dándole la espalda, levantó su brazo derecho indicándole que parase. El soldado paró momentáneamente, evaluando a su adversario mientras Shamash finalmente se ocultaba y Sin salía a jugar.

>> “¿Por qué me desafiáis ayudando a quién he decretado que no debía ayudarse?”. La voz del hombre reverberó por toda la montaña. Como el trueno que trae la tormenta. “¿Acaso no otorgué la vida a vuestros ancestros? ¡Y así es como me lo pagáis!”

>> El soldado se arrodilló de inmediato soltando sus armas, todas sus sospechas sustituidas por terror. Aquel no podía ser otro que Enlil, el dios del viento, gobernante de la lejana Nippur y famoso por su temperamento. “Perdónanos, señor. No sabíamos nada. Permítenos recuperar su cuerpo para ti y te lo entregaremos cubierto de oro, con ojos de rubí y plata por saliva”. 

>> “¿Y de qué me serviría a mí eso?” Bramó el dios, y con su grito un rayo cayó del cielo y partió en dos una roca. “Su Etemmu ya estará en el Irkalla, lejos de mi alcance. Habéis arruinado mi castigo, y por ello merecéis uno vosotros…”.

>> Enlil movió rápidamente la mano en dirección al pueblo. Otro rayo cayó sobre una de las casas y esta empezó a arder iluminando la noche como si fuera el día. El viento arrastró los gritos de alarma de las mujeres, niños y soldados del pueblo hasta el grupo de awilus que observaban con horror el suceso, temerosos de moverse no fueran a provocar aún más la ira del dios.

Los gritos. Aquellos que jamás olvidaría. Aquellos gritos, y aquel zumbido infernal. Y el rugido de la criatura. La misma pesadilla que le acosaba cada noche. Y entonces dio gracias, como cada mañana, por no haber podido ver nada.

[Este relato ha sido publicado en Deimar's (http://deimar.blogspot.com) bajo licencia CC BY NC SA]

[Parte 1]
[Parte 3]

No hay comentarios: