domingo, julio 21, 2013

Sobre los Uridimmu (I)

[Tercer relato del mes sobre La Puerta de Ishtar. Do not get bored!!]

De todas las razas inteligentes que pueblan Kishar, reconozco que siento cierta fascinación por los Amorreos [los que vienen del oeste] o, como ellos prefieren llamarse a sí mismos, los Badawi. Para clarificar, mencionaré también el nombre más común con el que los ciudadanos del glorioso Imperio se refieren a esta raza, los Uridimmu [perros rabiosos], aunque no estoy de acuerdo con esta descripción.

En cualquier caso, a lo largo de mi vida y de mis numerosos viajes no han sido pocas las ocasiones en las que me he visto arrastrado a las ardientes arenas del desierto de Eria y en las que he compartido pan y agua con tribus de Amorreos. Estas criaturas de cuerpo humano y cabeza de chacal, un primo lejano de nuestros perros caseros, han hecho de las dunas y los oasis su hogar, vagando de un lado a otro siempre en busca de recursos, principalmente agua y pastos para sus queridos dromedarios.

Y es que podría parecer que los Amorreos valoran más las vidas de su ganado que las suyas propia. En parte porque su supervivencia depende en gran medida de ellos. No sólo son excelentes bestias de carga y monturas de combate, y tengo que decir que hay pocas cosas más impactantes que ver a veinte jinetes cargando con sus espadas curvas a través del desierto. La leche que producen las hembras es parte integral de la dieta, así como la carne de aquellos que perecen, que cocinan de múltiples formas con raras especias que sólo se pueden encontrar en escondidos lugares del desierto. Su piel es utilizada para confeccionar las túnicas que visten y las enormes tiendas que los Amorreos llevan consigo a todas partes, y gracias a esto se mantienen frescas durante el día y cálidas durante la noche. Sus huesos también son utilizados para todo tipo de menesteres,  desde la creación de armas hasta instrumentos musicales, además de ser utilizados también en su cocina. Cualquier viajero que comparta camino con un Amorreo sin duda será deleitado alguna noche con las notas extraídas de sus flautas o guitarras, cuyas cuerdas se fabrican con el pelo de estos animales.

Sabiendo esto, no es de extrañar la pasión que sienten por ellos y su firme interés en protegerlos. A este respecto he de contar una historia que ilustrará hasta qué punto están dispuestos a llegar para asegurar su supervivencia y sirve de ejemplo además de lo ardua que es la vida en las arenas del Eria.

Sucedió durante mi primer viaje. El gran Emperador, que los dioses guarden su vida como guardan el cielo estrellado, con toda su sabiduría tuvo a bien encomendarle a este humilde ciudadano la tarea de averiguar una forma segura de viajar por el desierto. Una tarea de máxima importancia y que fue mi recompensa por mis investigaciones sobre la fundación del glorioso Imperio de Akkad. 

Mi idea inicial fue la de cartografiar la zona, pero los primeros intentos se mostraron fútiles cuando después de una semana avanzando en dirección oeste no encontramos ningún oasis. Nuestras reservas de agua amenazaban con agotarse y las pocas indicaciones que habíamos recibido sobre la situación de los oasis habían demostrado ser erróneas. Con aplomo, seguimos adelante y sufrimos bastantes bajas durante el camino, especialmente entre nuestros caballos. Por fortuna, nos cruzamos con la tribu, o asa’ir en su lengua, de Amir Al Yusuf. 

Hago aquí un inciso para indicar cómo se agrupan los Amorreos. Cada tribu está formada alrededor de un patriarca, o Shayh, el ser de más edad de la tribu y que normalmente suele ser también el ancestro común de todo el asa’ir. Porque una tribu Amorrea no es más que una familia. A veces más grande y a veces más pequeña. Pero todos los miembros de la tribu están relacionados de una forma u otra, a veces con parentescos mucho más lejanos de los que se contemplan dentro de los límites del glorioso Imperio. Todos los miembros de un mismo asa’ir suelen llevar túnicas del mismo color así como comparten aspectos comunes de su pelaje. Dentro de la tribu se forman además grupos más pequeños llamados goum, y que están formados por Amorreos con un parentesco directo. Todos los miembros de un goum comparten una misma tienda, o beit. No es raro encontrar tiendas enormes que den cobijo a más de veinte Amorreos.

Así, Amir Al Yusuf era el Shayh de un asa’ir formado por cinco familias, haciendo un grupo total de unos cincuenta Amorreos, la mayoría de ellos bastante jóvenes. Todos con túnicas blancas y azules y un pelaje dorado. Eso, sin contar a las mujeres. 

Un detalle curioso de los asa’ir es que un visitante jamás sabrá el número de mujeres que viajan con el grupo. Las mujeres apenas abandonan las tiendas, y cuando lo hacen suelen ir cubiertas con velos que hacen casi imposible diferenciarlas. Además, no suelen tratar con los extranjeros, y apenas con los hombres que no forman parte de su goum.

Amir Al Yusuf nos dio la bienvenida y nos invitó a refugiarnos del inclemente Shamash [el sol, dios del sol] al que ellos llaman Shams. Los Amorreos tienen la extraña costumbre de ofrecer su hospitalidad a cualquier viajero con el que se crucen. Me avergüenza decir que, pese a todos nuestros conocimientos y medios, tuvimos que abusar un poco de su hospitalidad, tanto de sus recursos como de su información, especialmente la relativa a cómo viajar por el desierto, tanto la situación de fuentes de agua como trucos para evitar los efectos del calor.

Normalmente, durante las horas del mediodía, los Amorreos descansan y el campamento prácticamente se paraliza. Pero nuestra presencia estaba rompiendo esa rutina. Aún así, Amir y sus familiares acogieron nuestras preguntas con paciencia y resignación. Sin embargo, en cuanto Shamash cayó un poco por la cúpula celestial el campamento cobró vida. Si se tiene la oportunidad, merece la pena observar cómo se levanta un campamento Amorreo. Apenas si pudimos pestañear antes de que todas las tiendas estuvieran recogidas en grandes carromatos tirados por dromedarios y el asa’ir entero estuviera en marcha. 

Avanzamos durante varios danna [aproximadamente dos horas] y poco antes de la salida de Sin [la luna, el dios de la luna] llegamos a un pequeño oasis. Los hombres volvieron a levantar las tiendas con la misma destreza con la que las habían recogido y en breve el campamento volvía a tener el mismo aspecto que cuando les habíamos encontrado. Salvo por un pequeño detalle.

Cuando les encontramos, nadie estaba haciendo guardia. Sin embargo, la mitad de los hombres capaces de luchar llevaban lanzas y espadas y estaban montando guardia. El resto estaban sentados alrededor de una hoguera, con sus armas no muy alejadas. Mi curiosidad me pudo y pregunté a Amir el por qué de tanta seguridad, así como la razón para no viajar de noche y así evitar por completo el castigo divino de Shamash. Recuerdo perfectamente que Amir me miró con una sonrisa que dejaba ver muchos años de dura supervivencia y me dijo que la vida en el desierto transcurre de noche.

Los Amorreos nos habían levantado una tienda con varios habitáculos para mí y mis acompañantes. Ya que habíamos pasado todo el día caminando bajo el sol, nos retiramos pronto a descansar. 

[Este relato ha sido publicado en Deimar's (http://deimar.blogspot.com) bajo licencia CC BY NC SA]

[Parte 2]

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