jueves, agosto 01, 2013

El soldado (IV)

- Calla y escúchame. Agárrate a mi hombro. 
- Pero…
- ¡No!. Calla. Vamos a salir de esta. Sólo nos pueden disparar porque nos pueden ver. Vamos a dejar aquí la antorcha y vamos a correr detrás de aquella luz que ves al fondo. Levanta tu espada para que choque antes con cualquier obstáculo que podamos encontrar. – Y recemos para que no sean capaces de ver en la oscuridad pensó para sus adentros.

Puzur pareció convencido con el plan y se agarró a él como le había pedido. La siguiente andanada llegó puntual. Echaron a correr. Salieron del radio de luz de la antorcha para adentrarse en la oscuridad. Sólo podía el  punto de luz lejano. Su mundo se redujo a aquella antorcha y el ruido de sus latidos. Corrieron.

Sin poder ver dónde pisaban, estuvieron a punto de caer varias veces. Pero la suerte les sonreía. No encontraron ningún obstáculo por delante, ni les volvieron a disparar. El destino les sonreía. No estaban más cerca de sus compañeros, pero Seluku se permitió tener esperanza. Al menos, hasta que el punto de luz desapareció.

- ¿Y ahora qué? – resopló Puzur.

Seluku paró, recobrando momentáneamente el aliento. Era una buena pregunta. ¿Y ahora qué?

- Sigamos
- Pero no sabemos a dónde vamos – Protestó Puzur
- No tenemos un plan mejor.

Los dos hombres siguieron avanzando, huyendo de aquellos invisibles perseguidores. Sus ojos ya habían conseguido acostumbrarse a la oscuridad total, y podían esquivar las rocas más grandes, aunque todavía tropezaban con las más pequeñas. Aquella cueva parecía no tener fin, y cuanto más caminaban, más seguro estaba Seluku de que jamás iban a alcanzar el otro extremo. Pero no podía rendirse al miedo, o no saldrían vivos de allí. 

De repente, algo le tapó la boca y le tiró al suelo. Sentía el peso de la criatura encima suyo, aprisionándolo. Intentó  luchar pero era demasiado fuerte.

- Estate quieto, Matapanes – Susurró Bassia.

Seluku tardo unos segundos en comprender y dejar de luchar antes de obedecer. Casi de inmediato, sintió cómo Bassia se quitaba de encima de él. 

- Tenía la esperanza de que no sobrevivieseis. Seguro que les habéis guiado hasta aquí – Dijo el Capitán
Seluku sólo intuía donde estaba, y aprovechando que no le veía, le dedicó una mirada de odio.
- Estamos bien, gracias. – Le contestó, sorprendido consigo mismo.

El capitán le miró confundido. Como si no entendiese qué acababa de pasar.

- No he dicho eso…
- Pero es lo que deberías haber dicho, especialmente después de habernos traído aquí y encima habernos abandonado – Sentenció firme Seluku. No tenía muy claro si era el cansancio o la rabia lo que hablaba por él, pero ahora mismo le estaba muy agradecido.
- ¿Alguien sabe qué nos ha atacado? – Intevino Puzur intentando cortar aquella discusión.
- Ni idea, no pudimos ver nada. – Respondió malhumorado el Capitán.
- Sea lo que sea, creo que necesita luz para ver y por eso no nos ha perseguido. Si hubiesen encendido alguna antorcha, ellos se habrían convertido en los objetivos. – Razonó Seluku. – Creo que estaremos seguros mientras no nos delatemos. Ahora, sobre cómo salir de aquí…
- Si tuviéramos un pan sólo tendríamos que seguirte cuando huyeses con él. Un plan infalible.

El rencor impregnaba todas y cada una de las palabras del Capitán.Parecía bastante molesto con Seluku. Bueno, que lo estuviese. Había demostrado una y otra vez no ser apto para nada que no fuera aprovecharse de los más débiles. Quizá ya había llegado la hora de que mandase alguien con dos dedos de frente. 

- Podemos volver, seguramente no sigan montando guardia, y si lo hacen estarán iluminados por lo que podremos pasar sin que nos vean. – Dijo Seluku, lo más calmado que pudo.
- Eso es una estupidez. Sigamos adelante. Una cueva de este tamaño debe dar a alguna parte o abrirse a otras más pequeñas. Con suerte, alguna de ellas tendrá salida a la superficie.
- No sabemos qué hay ahí delante. Podríamos caer en otra trampa o en algo peor. – Intervino Puzur. Parecía que el susto había espabilado al chico. A lo mejor sí que llegaba a viejo. – No podemos hacer eso.
- Podemos, y lo haremos. ¿Bassia? – Dijó el capitán.
- Estoy contigo, Capitán. Hasta el final – Las palabras eran las adecuadas, pero Bassia no puedo evitar dejar entrever sus dudas en su tono.

Otro error más. Avanzar a oscuras con la esperanza de que en algún momento pudieran encontrar otro camino a la superficie era estúpido. Aquello les llevaría a la perdición. Aun así, Seluku calló, como tantas otras veces, aunque cada vez más harto de hacerlo.

- Deberíamos dejar a este aquí. Sólo nos va a retrasar. – Dijo el Capitán. Seluku no le veía, pero estaba seguro de que el Capitán estaba ahora mismo mirándole con una sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, no iba a darle esa satisfacción.
- No
- Seluku, tiene razón. Sólo seré un estorbo– Confirmó Puzur.
- Incluso él sabe que sólo será una molestia…
- He dicho que no. – Nunca en su vida se había sentido más seguro de sí mismo ni más sereno. No iba a ceder. El chico iba a salir de allí, aunque fuera a costa de aquel matón o de sí mismo.
- Como quieras, pero lo llevas tú. Vámonos. 

Los cuatro avanzaron penosamente. Puzur no podía caminar así que se ayudaba de Seluku para hacerlo. El Capitán y Bassia iban justo delante de ellos, en una formación muy compacta. Al menos no habían tenido noticias de sus perseguidores, aunque no sabía si aquello le tranquilizaba o le aterraba aún más. Había sido demasiado fácil.

[Este relato ha sido publicado en Deimar's (http://deimar.blogspot.com) bajo licencia CC BY NC SA]

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