domingo, julio 14, 2013

Ashipu (II)

Sabit conocía el camino de memoria. Incluso de noche podía recorrer los entresijos de los jardines del Ensi hasta llegar a su destino, un pequeño barracón anexo al zigurat que hacía las veces de almacén de semillas. Allí le esperaba Ku-aya, la jefa de cocinas.

- Bien hallá, ama Sabit. Gracias por venir tan tarde y con tan poco aviso.

La corpulenta mushkenu hizo una pequeña reverencia. Sabit la conocía desde años. Una mujer de buen corazón aunque quizá algo simple. Sin embargo eso no había evitado que se convirtiera en el corazón del zigurat, la voz que todos los esclavos de palacio buscaban cuando tenían un problema. Incluso por encima del auténtico mayordomo.

- Déjate de tonterías, Ku-aya, y dime cuál es el proble…
- ¡Ku-aya! ¿Qué está pasando? 

Susandar acababa de llegar con la bolsa y miraba inquisitvo a la cocinera. Con el orgullo perdido en el portón ahora recuperado ante la presencia de alguien sobre el que podía ejercer presión y obtener respuetas. Ku-aya le miró con sorpresa. Y la sorpresa pasó rápidamente a comprensión.

- Dananum no ta dicho na…
- ¡No! ¡No me ha dicho nada y me gustaría saber qué negocios os traéis en los jardines del Ensi a estas horas de la noche!

Las incesantes inquisiciones del joven estaban empezando a producirle a Sabit dolor de cabeza. Tomó nota mental de hacer pagar a Dananum su falta de responsabilidad y reuniendo toda la paciencia que pudo se dirigió a Ku-aya.

- Ahora le ponemos al día, no tenemos tiempo que perder. ¿Qué es lo que sucede?
- Huzuu ha caío presa de algún espíritu. Su cuerpo sá llenao de pústulas y su cuerpo tá más caliente que los hornos las cocinas
- ¿Otra ve…
- ¡¿Qué?! ¡¿Hay alguien maldito en la casa del Ensi?! ¡¿Y no has avisado a nadie?!
- ¡SI ME VUELVES A INTERRUMPIR TE HARÉ TANTO DAÑO QUE DESEARÁS QUE TUS GENITALES HUBIESEN SIDO DEVORADOS POR GUSANOS! ¡APRENDE TU SITIO, ESCLAVO!

El dedo de Sabit temblaba de ira delante de la cara del asustado soldado. Su tono de voz no dejaba lugar a dudas de que era el tipo de persona más que capaz de hacer cumplir sus amenazas. La sangre desapareció por completo de la faz de Susandar, que retrocedió varios pasos. Sabit tardó unos segundos en conseguir parar el temblor de su mano. 

- Ku-aya no ha avisado a nadie porque lo primero que harían tanto el mayordomo como el capitán de la guardia es matar a Huzuu para evitar que la enfermedad se extienda. Para ellos, su vida vale bastante menos que el precio de mis servicios. Y ahora calla, o puede que si eres tú el que cae enfermo,  yo decida quedarme en casa. –Sabit se volvió hacia Ku-aya - ¿Cómo es posible que haya caído alguien más enfermo en tan poco tiempo? ¿No has usado los talismanes que te di la última vez?

- Sí, ‘ama Sabit. Pero aún así esta vé es diferente. El muchacho empezó a sentirse un poco mal a’er, y hoy ya tenía tol cuerpo cubierto de pústulas. Los otros tardaban mucho má en empeorar tanto…
- Entonces podemos asumir que esta enfermedad está siendo instigada por alguien. Tantos casos en tan poco tiempo… Quizá sí que deberíais dar aviso, para que se investigue quién es el responsable

Ku-aya palideció un poco ante aquella sugerencia. Avisar ahora no sólo significa que el joven que se encontraba dentro del barracón iba sin duda a morir, sino que probablemente ella le iba a acompañar. Después de todo, había encubierto y ayudado de la misma manera a unos cuantos esclavos.

- Po favor, señora. No diga eso ni en broma.
- Pues hablemos de otras cosas entonces. ¿Tienes mi pago?

Ku-aya se miró a los pies avergonzada. Sabit empezó a temerse que no, y su irá empezó a acumularse rápidamente. La habían hecho salir de casa por nada.

- Pue… verá. No tenemos tó. Hemo conseguio reunir algunas tinajas de vino, y varia cestas de fruta y semillas, pero no hemo podio conseguir más que una cabra. Caa ve es má difícil conseguirlo tó sin levantá sospechas…

Sabit se quedó pensativa. Era cierto que no era todo o acordado, pero también era verdad que había tenido que visitar ese barracón muchas veces en el último warhu [mes]. Eso valdría de momento.

- Esta vez voy a ayudarte, Ku-aya. Pero si vuelve a pasar, y no tenéis todo lo acordado, no te molestes en llamarme. Trae la cabra.

Ku-aya inclinó la cabeza y desapareció en la oscuridad de la noche. Sabit se dirigió entonces hacia Susandar. El soldado dio un brinco sorprendido y un par de pasos hacia atrás, temeroso de la awilu, pero esta le ignoró por complejo y se dispuso a buscar algo en la bolsa que el soldado portaba. Al rato extrajo un collar de plata y una reluciente daga y volvió a alejarse del soldado, que emitió un sonoro resoplo de alivio. Unos instantes después, Ku-aya volvió arrastrando una cabra bastante famélica y que tenía amordazado el hocico con una tira de cuero.

- Esa cabra es demasiado vieja
- E’ lo único que el viejo Atti me ha podio dá. Ya sio mu generoso con lo que no ha dao antes.

Claramente Sabit no iba a conseguir nada mejor que eso. Así que con resignación cogió la cuerda con la que Ku-aya sujetaba a la inquieta cabra y la trajo hacía así. Al tirar, notó como sus manos volvían a temblar. Si seguía así, podría ser peligroso. Por fortuna, conocía el remedio adecuado para su aflicción. 

- Por cierto, Ku-aya, ¿dónde dices que están esas tinajas de vino? Me vendría bien saciar mi sed antes de…
- ¡Ama!, creo que sería mejor  mantener la cabeza despejada antes de tan peligroso trabajo, ¿no creéis?

Sabit miró a su criado con cierta ira en los ojos. Sin embargo, Gina mantuvo con firmeza su mirada, hasta que Sabit decidió que era mejor no luchar esa batalla allí. Quizá cuando volviesen a casa…

- Sí, tienes razón. Bueno, empecemos entonces. Venid y ayudadme, chicos.

Sus dos criados sujetaron fuertemente a la cabra. Esta, asustada, no paraba de intentar escapar de la presa. Sabit agarró uno de los cuernos y procedió a colocar el collar de plata en el cuello del animal. Una vez colocado el collar, la mujer levantó la cabeza de la chiva para que mirase al cielo. 

- Tranquilo. Ya visto muchas veces esto. Lo hace solo pa protegerse – Dijo Ku-aya a Susandar, mientras ponía una mano sobre su hombro.

Sabit, oyéndoles, giró la cabeza para mirar al soldado. Cogió la daga y la levantó hacia el cielo, y sin apartar la mirada dijo:

- Espíritus y demonios, mirad a Sabit.

Y entonces, dedicó una sonrisa a Susandar. Su mano descendió sobre el cuello del animal de forma casi imperceptible, con la destreza del que ha realizado esa operación incontables veces. La cabra cayó fulminada al suelo y empezó a sangrar profusamente, mientras intentaba liberarse con sus últimas fuerzas del peso que los dos esclavos ejercían sobre ella. El soldado dio un pequeño ahogó un grito al ver el espectáculo.

- Aristum, ya sabes lo que hay que hacer.
- Sí, ama.

El corpulento mushkenu levantó entonces el cadáver del animal y lo cargó al hombro. Entonces, desapareció en la oscuridad, rumbo a la puerta de la muralla. Sabit se dirigó otra vez a su bolsa y recogió una pequeña lámpara. Al encenderla, un intenso olor a incienso inundó el lugar.

- Bien, echemos un vistazo al enfermo.

[Este relato ha sido publicado en Deimar's (http://deimar.blogspot.com) bajo licencia CC BY NC SA]

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